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jueves, 28 de junio de 2012

Parte 1 - Ella


Los escalones de metal chirriaban con cada paso, pero el sonido era reconfortante, al menos para Amanda. De aspecto cansado, pelo largo oscuro, ropa ancha y fuera de moda, parecía ser la clase de chica que se pasa los días sola, cámara en mano, recorriendo cada centímetro de la ciudad con el lente; y lo hacía, aunque sorprendentemente era, por igual, curiosa y sociable, así como querida por quienes tenían el gusto de conocerla.
Llegó a la trampilla que, ubicada en el techo, conectaba su habitación con la terraza de su casa en Recoleta. El viento le golpeó la cara ni bien se asomó, con los ojos cerrados. Era un día frío y neblinoso, en especial para la época del año, pero así era mejor, el mundo parecía estar con el mismo humor que ella. Tanteando la pared, aún con los ojos cerrados, se acercó al borde, y con mucho cuidado se sentó en el, a centímetros del vacío. Eran sólo las seis de la tarde de un 17 de Enero, pero la niebla obligaba a todos en la ciudad a tener las luces encendidas. Tomó su cámara y sin enfocar, sacó una foto al paisaje. Al día siguiente, sus cosas,  su familia, su cámara y ella misma estarían en un auto camino a Córdoba, a su nueva casa, impuesta por el impredecible trabajo de su padre.
Un leve pitido la devolvió a la realidad, la pantalla de su celular parpadeaba anunciando un nuevo mensaje. Para alivio de Amanda, no era su madre preguntándole si había terminado de empacar, si no su mejor amigo, Asier, diciéndole que se apurara en ir a su casa, que se estaba impacientando. Rápidamente, bajó a su habitación, dejó la cámara en su estante, y corrió escaleras abajo, a través de su jardín frontal, y casi sin aliento, las dos cuadras que separaban su casa de la de su amigo.
Años de confianza, y de conocerse, habían logrado que ella supiera exactamente lo que el quería que hiciera. Empujó la puerta de entrada, y caminó a través de varios arcos de piedra blanca, hasta llegar a la cocina, donde Asier la esperaba. Se abrazaron fuertemente, por un momento que pareció eterno. De repente, Asier la empujó por la puerta del jardín, y el mundo de Amanda se llenó de gritos y abrazos. Casi todos sus conocidos, familiares, amigos y compañeros de la escuela se encontraban allí, abrazándola, festejando por adelantado su cumpleaños y su despedida, para que la mudanza no fuese tan dura.
Guirnaldas decoraban todo el jardín, globos blancos y lilas flotaban sobre las mesas, que a su vez, estaban decoradas con flores y pequeñas figuras de papel. La música empezó a sonar, y todas las personas se enfrascaron en alegres conversaciones y bailes.
Ni bien se vio libre de los saludos y abrazos, Amanda fue a sentarse a una silla un poco apartada, buscando con la vista a su mejor amigo. Pasaban los minutos, y ella empezaba a preocuparse. Repentinamente, un paquete ni muy grande, ni muy pequeño, le cayó en el regazo. Miró para atrás, y se encontró cara a cara con Asier, quien le besó la frente y se apresuró a desaparecer entre la multitud.
Amanda, lentamente retiró el papel que decoraba el paquete, y se encontró con una tarjeta que contenía unas pocas palabras: “Para que no olvides que acá tenés siempre alguien a quien graficarle tus hazañas”. La comprensión la golpeó, y se apresuró a sacar con sumo cuidado el contenido de la caja. Era la cámara que siempre había deseado, pero más importante, era su regalo de cumpleaños. Tiró la cabeza para atrás y contempló el cielo por un rato, antes de notar que las estrellas titilaban en una noche sin nubes. La niebla se había ido, dejando al cielo oscuro y despejado. Gritó a la multitud, y cuando todos se voltearon sonrientes, levantó la cámara e hizo parpadear el flash. Ahora, podía llevarse su hogar a Córdoba, un recuerdo de su típica Buenos Aires, en una completamente típica noche estrellada de 17 de Enero.

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